Monday, December 12, 2005

La reina de los cuatro nombres [fragmento]

El mundo de «la muy hospitalaria»
No se conservan testimonios de la infancia en Dodona de la princesa Olimpia (ca. 375/371 ~ 316 a.C.). Sin embargo, sabemos que a la princesa del reino de Epiro, al norte de lo que se conoció como la Hélade, o tierra de los helenos, le tocó vivir un período cuya influencia cambió la manera de ver el mundo en su civilización: nació cuando Grecia iniciaba la fase en que profundizó el estrecho contacto, casi hasta el mestizaje, con la vecinas culturas de Oriente, sobre todo con Persia.
Los trescientos años que siguieron para Macedonia —el reino del que Olimpia iba a formar parte al ser el de su esposo y la patria de sus hijos— concluirían muy lejos de allí, con la famosa Cleopatra VII Thea Filopátor (69-30 a.C.), reina egipcia y la última de los ptolomeos, que prefirió introducir en su sangre el veneno del áspid antes que Roma la hiciera tragar el suyo. Ella es el eslabón final de la dinastía fundada por Ptolomeo Lágida, uno de los hetairos (compañeros) de Alejandro Magno, que tomó desde Alejandría el control de Egipto y fue el único de los generales del conquistador que murió de viejo. Con Cleopatra termina la lista de monarcas macedonios, o descendientes de los linajes macedonios, que con sus gobiernos fijaron el rumbo de la historia grecolatina en la Antigüedad.
En el siglo IV en el que nació Olimpia, la turbulenta historia de Grecia experimentó cambios capitales que dieron nacimiento a una nueva etapa en el curso de lo que, a la postre, sería llamado Occidente. Con la conclusión de las hostilidades entre Atenas y Esparta en la Guerra del Peloponeso (431-405 a.C.), el declive progresivo de la ciudad democrática por excelencia y la consolidación hegemónica del poder en manos de un solo hombre, Filipo de Macedonia, el mundo griego avanzaba hacia el período helenístico, la fase final de su influencia cultural antes de que cartagineses y romanos tomaran el relevo. Olimpia, la princesa de Epiro que no nació con ese nombre, sería en esa época testigo de excepción, y a menudo protagonista, sobre todo a través de la influencia que tuvo sobre su hijo, Alejandro III «El Grande».

La polis y sus vecinos
El gobierno de las ciudades-estado —la polis griega—, cuyos ejemplos más importantes fueron Atenas y Esparta, convivió, no siempre de manera amistosa, con vecinos regidos por monarquías aristocráticas, como los reinos de la periferia griega, Macedonia y Epiro, aún con profundas raíces míticas. Cada uno de estos gobiernos tuvo diferente acogida en los lugares donde se estableció, de acuerdo a las circunstancias que los originaron, y muchas veces fueron causa de magnicidios como los de Arquelao y Filipo en Macedonia, en 399 y 336, respectivamente; Evágoras de Salamina, de Chipre, en 374; Jasón de Feras en 370; y Cotis, rey de Odrisas, en 359. Aristóteles comenta en su Política, comparando los distintos regímenes que «la tiranía tiene los defectos de la democracia y de la oligarquía (...): de la oligarquía le viene el tener como fin la riqueza (pues únicamente así puede man­tener la guardia y el lujo), y el no confiar en nada en el pueblo (por eso lo privan de las armas); y el hacer mal a la masa, expulsarla de la ciudad y dispersarla, es común a ambas, a la oligarquía y a la tiranía»[1]. La capacidad para hacer la guerra a los poderosos le viene de la democracia, continúa explicando el Estagirita, a los que intenta «destruirlos secreta y abiertamente, desterrarlos co­mo rivales» porque los considera un obstáculo para su gobierno. Y opina que es de la clase alta de donde vienen las conspiraciones, «por querer unos mandar y otros no ser esclavos». Y en seguida da un consejo aterrador, el que le da Periandro a Trasibulo, que «corte las espigas que sobresalgan», lo cual quiere decir que hay que exterminar siempre a los ciudadanos que destaquen. Todo lo que expone prueba, a su juicio, que las causas de las revoluciones son las mismas en las monarquías que en las repúblicas. Por injusticia, por miedo y por desprecio, atacan a las monarquías muchos de sus súbditos; y «entre las causas de injusticia, especialmente por insolencia y a veces también por el despojo de los bienes particulares». Estas causas también son los fines, lo mismo en las repúblicas que en las tiranías y las monarquías, pues los monarcas tienen abundancia de riqueza que todos codician. Es de la ambición y el egoísmo humanos de lo que trata aquí Aristóteles. Las conspiraciones se dirigen contra la persona que ocupa el poder o contra el poder mismo. El resentimiento producido por un insulto genera sobre todo el primer tipo de conspiraciones. Pero la insolencia tiene muchas variedades, cada una de ellas causa de la cólera, y en general la mayoría de los encolerizados atacan por venganza, pero no por la supremacía, porque la cólera no es ambiciosa[2].Al este de estos reinos y gobiernos, como vecino más antiguo y rival eterno, se hallaba Persia, cuya dinastía de grandes reyes era el ejemplo perfecto del sistema en el que un griego no quería vivir. Persia era a la vez motivo de rechazo y curiosidad, pues hasta dioses como Dioniso habían cruzado su territorio con destino a un mundo mucho más desconocido: India. Mención aparte merece Egipto, pues la presencia de esta civilización en el imaginario helénico tenía que ver más con la reverencia y, en ocasiones, el mestizaje, que con el temor y revancha que se sentía hacia los medos. No de balde el oasis de Siwa era el refugio para el oráculo del dios Zeus-Amón, y se consideraba fundado casi a la par de otro de los oráculos famosos, el de Zeus en Dodona. Y además, Egipto no puede dejarse de lado a la hora de buscar el origen de algunas divinidades griegas: «Del Egipto nos vinieron además a la Grecia los nombres de la mayor parte de los dioses; pues resultando por mis informaciones que nos vinieron de los bárbaros, discurro que bajo este nombre se entiende aquí principalmente a los egipcios. Si exceptuamos en efecto, como dije, los nombres de Poseidón y el de los Dioscuros, y además los de Hera, de Hista, de Temis, de las Chárites y de las Nereidas, todos los demás desde tiempo inmemorial los conocieran egipcios en su país, según dicen los mismos; que de ello yo no salgo fiador»[3]. Resaltemos, finalmente, como detalle del importante intercambio entre Grecia y Egipto, que el entramado de cubierta del Partenón se hizo con madera de ciprés importada de Egipto.
[1] Aristóteles, Política, 1310b 11-15.
[2] Aristóteles, Ídem.
[3] Herodoto, Historia, II, 50