Thursday, April 28, 2005

DOS RELATOS DE LEERSE LOS GATOS

Agnus rey

Filipos Macedonios, dudoso padre de Alejandro, solía estructurar conversaciones fantásticas en torno al pequeño jardín panteón. Su acompañante, el sabio y siempre bien nacido Eugenio, procuraba mantener discreto silencio, pues el monarca no era amigo de las interrupciones y gustaba de extenderse en los más nimios detalles; cada aspecto del relato era dilucidado con obsesiva claridad y no cabía la menor duda de que se trataba de un narrador nato, dispuesto a corregir hasta las últimas consecuencias. Por ello no era raro ver a la pareja reconstruir el cuento del día anterior, porque a Filipos no le había satisfecho lo suficiente el producto; Eugenio, sabio al fin, había logrado desarrollar el don de la memoria, en beneficio de su cuello y de su libertad. Algún secreto odio alimentaría su servilismo.
El centro del asunto radica en la llegada de otro filósofo.
El pequeño Alejandro contaría con siete u ocho años; quizás quince. La alegría de Filipos colindaba con el asombro de Eugenio: su memoria se desmoronaba ante la certeza reconstructiva del visitante.
—Os aseguraría, si mi memoria no me velara tanto el rostro de la verdad, que ciertamente habéis recordado y aún mejorado la historia primera, al punto de hacer que mi ánimo renuncie a cualquier alteración, maestro, —decía el monarca, fascinado ante la destreza del recién llegado.
Eugenio ocultaba la mirada: cuántos años había él hecho acallar su propia imaginación solo con la finalidad de entregar a su amo la verdad de su historia, pues ésta era, según le habían enseñado cuando era un simple estudiante, el mayor de los bienes y la máxima aspiración del filósofo. Se veía ultrajado en su fuero más interno. «Dígame que venir este extranjero a querer dárselas de imaginario». Había, claro, algo de fascinante en este astuto huésped.
—Espero que no toméis a mal las travesuras de mi memoria, majestad; intento emular la fama de vuestro sabio Eugenio; falsamente, claro está...
Nunca se había visto de tan buen talante al monarca cruel y magnánimo; Eugenio sentía el daimon de la envidia consumirse dentro de él y esto lo hacía caminar más de prisa, como huyendo.
Cuando en las noches la luna retozaba, desde la ventana espléndida de la biblioteca, Eugenio miraba con ternura cómo el niño Alejandro cabalgaba en los muslos del visitante, mientras éste le versionaba —en una aún más inverosímil historia— la inventada por su padre esa tarde. El rey cumplía con otras obligaciones y el joven Alejandro escuchaba al extranjero que no cesaba de advertirle, «sé sabio»; el futuro rey anhelaba ese día en que fuera sabio. A Eugenio, el fantasma de la envidia le posaba un brazo en los hombros.
Aquella tarde, urdió un plan; eran las fiestas.
Una hermosa daga asiática terciaba su cinturón cuando los guardias no se percataron de que entraba a la habitación del heredero; lo eliminaría. El desesperado padre culparía al extranjero. Su carrera era acompañada por un sigilo espeluznante y una fiebre le abrasaba. Doblando el vértice de una escalinata sintió de improviso un golpe en la cabeza: un techo demasiado bajo. Vio el desfile de elefantes, atravesando el pórtico de los reyes y una multitud aclamando al nuevo filósofo. Cada animal llevaba encima una gran talla de jade representando alguna pieza de ajedrez; y en el elefante más blanco, la mascota real. Eugenio siguió su carrera, pero pronto escuchó la voz de su enemigo:
—Sabe que cualquier cosa que hagáis, buena o mala, nunca habrá de estar oculta a los ojos de tu poderoso maestro, regresa.
Encendido en una ira más feroz, apretó con decisión el cuchillo y entró resuelto al aposento del muchacho; dormía. Tantos años a su lado lo inquietaron a la hora de dar el golpe definitivo, pero antes escuchó:
—Aún estáis a tiempo; renunciad a vuestra empresa.
Cerró los ojos y levantó los brazos.

En otras épocas, cuando apenas comenzaba a servir al joven rey Filipos, el filósofo también se encargaba de la organización teórica de las torturas y ejecuciones de los enjuiciados. Era un oficio que detestaba, pero que le servía de excusa para acceder al aprendizaje bien temperado acerca del uso de las armas de agudo filo. Hasta ese entonces se había dedicado al estudio de toda clase de textos, sobre todo aquellos que hablaban sobre la inmensa virtud que representaba conocer. La comprensión del arte bélico, aunque importante en la ciudad que tomó por suya —al ser la de su protector—, no le interesaba más que como otro objeto que aprehender. No pocas burlas suscitaba su torpeza en los forzudos maestros. A pesar de todo ello, nunca olvidó las reglas principalísimas: «pon tu ojo sobre la víctima, como si los pusieras sobre tu amante» y «asesta tu golpe seguro, como rayo que cae». Cada palabra de este párrafo calaba en la mente de Eugenio mientras la fracción de segundo que separaba el filo de la daga del cuerpo de la víctima se consumía. Y ninguna de ellas lo movió a renunciar a su plan. Recobró el conocimiento sólo cuando sintió el sabor espeso y salobre de la sangre en sus labios, que manchó toda su ropa. Pudo escuchar un largo alarido; y sintió dolor. Los guardias corrieron hasta el aposento y descubrieron al filósofo tendido en lágrimas sobre el cuerpo yacente de la oveja real, animal preferido de Filipos.
Eugenio murió decapitado y Alejandro, como todos saben, fue discípulo dilecto de Aristóteles, el Estagirita.
Para Santiago Schnell


Catrusia

El sonido de la zapatilla es tan leve, tan suave. No hay una definición exacta para esa sensación continua. Catrusia sonríe segura de sí misma, saltarina. La música fluye; cadencias marcan la pauta precisa para el grupo. El peligro está en el accidente provocado, en la atinada envidia, en los ojos que siguen atentos el error. Son todas blancas; Catrusia se muerde un labio y una cara se frunce. Fundido en negro. Antes, Catrusia lloraba amargamente: la soledad la inundaba. El rito estaba por comenzar, el sacrificio estaba muy cerca y ella aún no estaba preparada, no terminaba de purificarse. Su mente era algo poco lineal en ese momento: Música de Alban Berg.
zapatos de madera ríen de mí y hago el ridículo ridículo más nunca vuelves a ofrecerte al dios si te equivocas malucas todas no apoyan una pierna sobre otra hay mucha gente sentada recibiendo al dios caluroso preciso practicar treinta segundos antes decir oración no recordada adelante atrás doble giro mano levantada sonrisa de ninfa no morder labio y mirar lascivo pierna adolorida reanimada con dencorub y un poco de masaje por mi amiga recordar posición segunda y quinta para el perdón de los pecados de Degas por los siglos de los siglos, amén. Su turno estaba cerca.
-Piensa que le bailas al sol- Cara asustada, close up. Voz en off, gente sentada mirando el espectáculo. Esos espaldarazos de último momento la ponen más tensa a una, si supieran cuánto calor, tanta gente no me deja pensar en lo que precisamente tengo que pensar, la función, el acto cultural, la profesora (rusa),foto fija del acorazado de potemkim, que golpea por cualquier tontería; iba a pensar "pendejera", pero una niña tan bonita como yo, tan modernista, tiene prohibido un contacto más directo con el mundo, y aunque me machuque la mano con un martillo no debo proferir la palabra adecuada: foto fija de martillo sobre dedo ay, me trituré el dedo, qué contrariedad; ahora justamente ahora, el segundo antes de entrar, pienso en esto y por qué lo pienso no lo sé seguramente son los nervios que no me dejan concentrarme en lo que me interesa y si me equivoco, ¿qué hago? Diré diantres, cáspita, esto es una calamidad; o, por el contrario, le saco la madre a medio auditorio aullando un apropiado ‘el coño de su mismísima madre' sonrisa de Catrusia en primerísimo primer plano. Aún no lo sé, siento que ya me están mirando y eso es como para que salga a escena; allá está mi mamá que me sonríe primer plano de risa de la mamá y no sé por qué lo hace si ve esta lágrimas en mis ojos; y mi papá, que de bailarín lo que tiene es la pura hija plano medio de la barriga del papá aunque en disneylandia las bailarinas se parecen a él; allá están mis hermanitos (toma 36: uno se come los mocos), todos aburridos, claro, si fuera el partido de béisbol... allá está mi abuelo, serio, recomendando mucho fundamento y frotándose los brazos como si tuviera frío; "eres la bailarina del sol", como si fuera Teresa de la Parra foto fija de Teresa, lo que sí soy en este momento es un grano de polvo insignificante, metiéndome en estos líos -óigase bien: "líos" porque no puedo decir una grosería- por faramallera, por cambimbiadora y bonita: (cómic del nacimiento de Catrusia) va a ser bailarina, mi hija va a ser bailarina como Isadora Duncan, diría mi mamá, y yo de tonta estaba dormida y no le pude refutar: mentira, bombero es lo que voy a ser, bombero foto fija de Ionesco...
Quiero consumirme entre las llamas de este sol abrasante, ya aplauden a quién sabe quien, no, a mí, me aplauden a mí, Dios santo, ahora qué hago, me van a sacrificar.
- ...interpretado por Catrusia, de ocho años... (micrófono y vieja gorda: plano americano) la tribu completa observa
satisfecha la entrada triunfal que de hipócrita hice para que creyeran que tenía años en esto y otra función más lo que hacía era alimentarme el ego.
Música. Orquesta Filarmónica de Londres. Deutsche Gramophon. Catrusia bailando, voz en off siempre: PG.
Levantar los pies hasta quedar de puntas y deslizarme como un grano de polvo en el aire, animado por el sol, ahora sólo pienso en cosas bellas y los movimientos los tengo mecanizados, alguien me toma una foto para la posteridad, siempre me he preguntado quién de mi familia se llama Posteridad foto fija de tía Posteridad, mi papá dice que las fotos son para la posteridad y siempre se quedan el álbum; justo ahora debo dar un giro y comenzar la cadenza, mi solo, tucutúntucutún era la palabra que debía recordar para no equivocarme y la estoy recordando cuando la necesito. Lo más difícil ahora, pararme de puntas, eso no lo sé todavía así que debo concentrar toda mi atención para que me salga muy bien y no me regañen; todavía me queda un compás antes
de entrar en trance de la primer plano de las zapatillas, un dos, tres y
puntaspuntas puntaspuntas puntaspuntas puntaspuntas
lo logré, creo, nadie se está riendo así que todo como que está bien, la profesora sigue seria como siempre y mi mamá me mira espeleólogamente.
Cámara va hacia atrás, hacia el grupo de bailarinas acompañantes.
Allá está la estúpida de la Catrusia bailando tan mal, por qué no me dieron a mí el papel es algo que no me explico. Lo peor de todo es que debo hacerle la corte, yo, que tengo diez años en esta vaina, maldito sea el maniqueísmo del que nos ve; claro que soy la mala, entonces todo el mundo me imagina fea y resentida como si yo tuviera la culpa de no llamarme Catrusia. No pueden, ni por un momento, pensar que quizás sea rubia o morenita como en el Cantar de los Cantares, que tal vez tenga familia allí enfrente mirando cómo bailo que mi mamá no es gorda y fea sino más bien bonita y mi papá me quiere aunque no sea tan bonito, que puedo sentir amor y que tengo amiguitas, en fin, que también palpito en este escenario como un grano de polvo. Que no importa que no me llame Catrusia y que no me lluevan imágenes sino las que a duras penas veo por mi miopía, que leo y viajo con Julio Verne a la luna foto fija de la luna y al fondo del mar foto del mar, que estas lágrimas son de envidia, sí, porque todo el mundo la siente y cómo no voy a sentir envidia si ella que tiene ocho años tiene más talento que yo pero apuesto a que no borda como yo (cómic de ella bordando), ni canta como yo (cómic cantando), ni escribe canciones como yo (escribiendo), ni toca guitarra como yo (cómic de Alirio Díaz) ni ríe como yo (cómic), ni se peina como yo (cómic de la cantante calva), ni nada de nada, ¿ah?
No importa tampoco cuál es mi nombre; tal vez me llame María o Isabel, pero ustedes pensarán que me llamo filomena o tadea, para reírse un poco de mí, y aunque me llame Cecilia o Patricia, o aún Elisa, a ustedes les parecerá nombre de maluca y envidiosa, nombre feo que hace cosas feas y que dice groserías como maldición y marico, nombre que nunca recibió un regalo del niño Jesús porque ese nombre nunca se portó bien. Inclusive si me llamara también Catrusia ustedes me dirían Catrusia, la mala, Catrusia, la de allá,
la copiona,
la made in Japan,
la Catrusia que no es la que queremos, el error de la naturaleza, y es por eso que no pienso en mi verdadero nombre, para darle la oportunidad a ustedes de imaginar el peor
de todos, por eso mismo, el más bonito.
No sigo diciendo nada de mi nombre porque estoy en escena junto a esta cuadrilla, bailo con mis compañeras y le sonrío al público de esta plaza, desde atrás, porque -como saben- Catrusia está allá adelante, comiéndosela, parecida a la Pavlova. Si fuera rusa. No entiendo por qué no se cae, si le corté las trenzas de las zapatillas (zoom de las zapatillas) antes de salir a escena, si le puse jabón en las puntas, si le di a beber cianuro, si le atravesé el pie; maldición, tengo mucha envidia y no soy la única. Sé que soy una artista y por eso, porque he sufrido el dolor del ensayo y del duro e infructuoso trabajo, me siento derrotada: nunca llegaré a ningún lado.
Ya se va acabar esta pieza y miro profundamente a Catrusia: está llorando. No sé por qué, de repente, siento estos deseos de ir a abrazarla (abrazo enternecedor) y besarla y decirle que la odio con toda mi alma y siempre la odiaré; que el niño Jesús no existe y que no sea tan tonta: al final, la desidia la hará bailar tan mal como yo. La vida se la llevará por otros caminos y tal vez sea una buena enfermera. Decirle que nos encontraremos dentro de unos años y nos daremos nostálgicos besos de saludo, pero te seguiré odiando porque estoy segura de que me odias (manos aplaudiendo)
-...clap, clap, clap, bravo, clap, clap,...
terminamos y todo salió bien. Ahora tendrá los papeles principales para siempre.
(Cámara hacia Catrusia).
Por fin acabó esto, qué tortura. Siento los besos de todo el mundo encima de mí. Todas mis compañeras me sonríen y me
felicitan: cada una de ellas me da un beso en la mejilla, creo que están contentas. La rusa no me dice nada, sólo me mira. Me siento bien, ahora sé de mi talento; desde hoy voy a estudiar mucho, a ensayar mucho, esto me encanta.
(flash-forward tomando el té):
-Fue un fueté perfecto, Catrusia.
-Tienes manos de cisne querida, te felicito.
-Llegarás lejos.
-Tienes talento inusual, mi amor...
-Vamos vístanse rápido, nos vamos. Mañana en la escuela a las dos y media en punto. Hasta luego, señorita Catrusia- dijo la rusa, en un flash-back al escenario de la plaza. (Catrusia sola, se huele).
Hasta luego. La señora Posteridad va a tener muchas fotos de mi éxito como bailarina. Me desvisto y descubro que mis zapatillas están llenas de jabón y tienen todas las trenzas cortadas. Fue un milagro que no me cayera en medio del espectáculo. ¿Quién sería? Alguien no quería que me fuera bien, alguna de las que me besó, tan hipócritas todas, que si eres cisne, que si tengo talento inusual; no hombre, lo que tuve fue suerte,
- La puta que parió a todas las bailarinas del mundo...- suspiró la princesa.
(Cámara subjetiva) Catrusia se desliza lentamente en el vestidor. Se consigue a las compañeras reunidas en el pasillo. Todas le sonríen. Ella va fúrica. En la puerta, se voltea y mira
(contraplano)
-Gracias por lo del jabón, coñaemadres- Catrusia sigue su camino, profiriendo secretas maldiciones.
- ¡Pretenciosa, grosera, pretenciosa!-le gritan todas. En un rincón, alguien sonríe subrepticiamente, feliz. Unas zapatillas cuelgan olvidadas. Esta última imagen se va alejando lentamente, por efecto del dolly-back. Comienzan a subir las letricas de los créditos, en orden alfabético.
Para Marianela Maldonado
[Leerse los gatos, Caracas, Memorias de Altagracia, 1997]